REVISTA ESPAÑOLA DE

Vol. 35, n.º 4, 2002

ARTÍCULO
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S. Ramón y Cajal y Zaragoza

Fernando Solsona

Catedrático de Radiología y Medicina Física. Comisario del Sesquicentenario del Nacimiento de Cajal, Comunidad de Aragón.

 

Introducción

Con motivo del homenaje que la Universidad de Zaragoza tributó a Don Santiago, al llegar su jubilación, se publicó en el periódico local El Noticiero (2 de mayo de 1922) una carta suya en la que comienza proclamando: Porque Zaragoza es algo mío muy íntimo que llevo embebido en mi corazón y en mi espíritu y palpita en mi carácter y en mis actos. En la misma llama a la Universidad y a la vieja Facultad de Medicina de Zaragoza mi venerada alma mater, agradece a la Diputación Provincial (institución que siempre mostró gran reconocimiento a Cajal), al Ayuntamiento, «que bautizó una calle con mi nombre», al «cultísimo Ateneo que me nombró socio de honor», a la Academia de Medicina que lo hizo miembro honorario, a los estudiantes y a la prensa. Cajal fue siempre muy sensible a todo que le recordase sus viejos tiempos aragoneses. La infancia y la juventud de Cajal influyeron hondamente en su obra; asimismo en su carácter, en el que también tuvo peso importante la herencia biológica paterna. Corresponde a este trabajo hablar sólo de su vida y obra en Zaragoza, desde los 17 hasta casi los 32 años (no de sus años de niño y adolescente en Larrés, Luna, Valpalmas, Ayerbe, Huesca y Jaca), y el influjo que pudo tener en su futura obra investigadora.

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Fig. 1.
Don Santiago (óleo de Justo Peña).

 

El muchacho Santiago Ramón llega a Zaragoza. El preparatorio de Medicina

En 1869, don Justo, decidido a hacer de su hijo, una vez aprobado el bachillerato, un buen médico, le acompañó a Zaragoza matriculándole en las asignaturas del curso preparatorio

Y para que no me distrajeran devaneos y malas compañías, mi padre me acomodó de mancebo en casa de don Mariano Bailo, paisano, amigo y condiscípulo suyo, que gozaba de excelente reputación como cirujano y era hombre a carta cabal (Mi infancia y juventud, p.167*)

Lo que más llamó la atención de Santiagué fue el Ebro caudaloso, con frondosas y umbrías alamedas que alimentó su romanticismo con su gran afición de naturalista; el propio Cajal llamaba afición estrafalaria suya el intento de averiguar el curso de los ríos y sorprender sus afluentes y manantiales.

Arrastrado por la curiosidad, remonté más de una vez sus corrientes hasta llegar a Alagón; otras veces río abajo, hasta llegar cerca de Pina (p. 168).

En su primoroso Mi infancia y juventud analiza Don Santiago a sus profesores de preparatorio Florencio Ballarín, por el que muestra una profunda simpatía, Marcelo Guallart y Bruno Solano, al que recuerda con fervor. Llama al primero… profesor ilustrado, dotado de imaginación plástica y de verbo cálido, fue el primero a quien oí defender la necesidad de la enseñanza objetiva y experimental, hoy tan cacareada como poco practicada (p.169).

Juzga a Bruno Solano, elocuente, fogoso, afable, y su cátedra templo donde los estudiantes oían embelesados pintorescas descripciones de las combinaciones entre los cuerpos. Fuera de estas expansiones poéticas, de las que no abusaba, Solano era un gran maestro.

¡Qué dicción más agradable y seráfica la suya! ¡Qué suprema habilidad para hacer comprensivos y amenos, mediante comparaciones luminosas, los puntos más difíciles! Cuando visito Zaragoza una de las cosas que más me entristecen es la ausencia de don Bruno. Sus pláticas diarias en el café Suizo donde se congregaban sus admiradores eran un regalo del espíritu; eso de lo que se ha llamado después extensión universitaria fue una de sus iniciativas (p. 172).

 

Llegada de sus padres y hermanos a Zaragoza. Prosigue sus estudios

En 1870, su familia se trasladó a Zaragoza. Su padre, para dar carrera a sus hijos, vigilarlos de cerca y sustraerse a los sinsabores de la medicina rural, hizo oposición a la Beneficencia Provincial. Consiguió la plaza; recibió el encargo, ademas, del sabio Genaro Casas, el padre de la medicina aragonesa, a la sazón decano de la Facultad de Medicina, de ser profesor interino de Disección, Don Justo, debido a su vocación por la enseñanza y por la anatomía, unida la decisión de convertir a su hijo en hábil disector, puso todo celo y ardor en el desempeño de su cometido.

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Fig. 2.
Sala de disección del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia (dibujo de Pedro Frías).

Tres años nos pasamos padre e hijo en aquella humilde sala de disección perdida en la huerta del viejo Hospital de Santa Engracia. Trabajábamos en presencia de libros. Crecía el ardor al compás de las dificultades y consagrábamos a la tarea todo el vagar que nos dejaban, a mi progenitor la clientela y a mi los estudios en otras asignaturas. Incansable él, no consentía fatiga en torno suyo (p. 174).

En capítulos sucesivos de Mi infancia y juventud, continua Don Santiago describiendo asignaturas, profesores y colegas. Tuvo por don Manuel Daina, profesor de Anatomía Topográfica, el más europeo de nuestros profesores, una gran devoción. Había sido discípulo de Nélaton y Velpeau. Santiago fue ayudante disector en su cátedra y don Manuel le defendió de Nicolás Montells, profesor de Cirugía, quien acusó a Santiago de haber copiado en las oposiciones a premio de Anatomía. Siguióle en veneración la figura de Genaro Casas, clínico eminente, modelo de profesores celosos, talento oratorio de primera fuerza, amigo de su padre, nacido en Yebra de Basa, localidad vecina de Larrés, origen de toda la familia Ramón y Cajal. También Pedro Cerrada (concienzudo clínico, reflexivo docente), Manuel Fornés (dotado de criterio clínico admirable y maestro venerado de patología médica) y su hijo Eduardo (estudioso, simpático y tan caballeroso como su padre de quien heredó el decoro y la gravedad de dicción y pensamiento), Comín (cabeza sólida y admirablemente cultivada), Valero y Ferrer.

Fueron felices los años de Santiago como alumno en la Facultad de Zaragoza, estudioso en las asignaturas de su interés. Sólo estudié con esmero Anatomía y Fisiología; a las demás asignaturas consagré la atención estrictamente necesaria para obtener el aprobado (p. 175). Entre 1871 y 1873 surgieron, y son bien conocidas de todos, lo que Cajal llamó sus tres manías (pp. 184 a 198): la literaria (ejemplo típico de contagio), la gimnástica (de aquélla época de necio culto al bíceps guardo dos enseñanzas provechosas, la segunda averiguar que el ejercicio físico en los hombres consagrados al estudio debe ser moderado y breve, sin traspasar la fase de cansancio) y la filosófica (que contribuyó a producir en mí cierto estado de espíritu bastante propicio a la investigación científica), las que cultivó en los últimos años de sus estudios de licenciatura, todos transcurridos en Zaragoza.

 

Terminación de sus estudios de licenciatura. Oposiciones a médico militar

En 1873, termina la carrera y tres meses después opositó y obtuvo plaza de médico segundo de Sanidad Militar, con el número seis. Pasó a Cataluña con el Regimiento de Burgos y recorrió dichas tierras hasta abril de 1874 en que, ya con el cargo de capitán médico, pasó a la guerra de Cuba. También es de todos sabido sus peripecias y luchas contra la corrupta administración militar de la isla, en la que enfermó de paludismo y disentería, obteniendo por ello, tras duras gestiones, la licencia absoluta el 15 de mayo de 1875, por lo que volvió a Zaragoza.

Aunque no recobré la antigua pujanza ni logré sacudir la anemia palúdica, repusiéronme mucho el aire de la tierra, alimentación suculenta y los irremplazables cuidados maternales. De tarde en tarde, recidivaba la fiebre; pero ahora la quinina se mostraba más eficaz (p. 243).

 

De nuevo en Zaragoza. Ayudante interino. Cursos de doctorado. Profesor auxiliar interino

En octubre de 1875, gracias a la amistad con Genaro Casas, se le nombró ayudante interino de Anatomía (1000 pesetas, de haberes anuales) y en mayo de 1876 le fue otorgado el título de practicante en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia.

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Fig. 3.
Fachada de la Iglesia del Hospital de Ntra. Sra. de Gracia (P. Frías).

Al mismo tiempo, realizó de modo autodidacto sus estudios para obtener el doctorado en Medicina. Por este motivo, conoció en Madrid a Maestre de Sanjuán, quien le inició en la histopatología (con la ayuda de Leopoldo López García, más tarde ilustre maestro en Valladolid). Con su ahorros de Cuba compró un microscopio Verick y un microtomo. El 28 de abril de 1877, fue nombrado en Zaragoza profesor auxiliar interino, que le permitiría enseñar en más de una asignatura; incluso explicó Patología Quirúrgica, que lo hacía a las 7.30 horas de la madrugada. El 3 de julio con la tesis Patogenia de la inflamación obtuvo el doctorado en Medicina.

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Fig. 4.
Anuncio de la "Academia de Anatomía bajo la dirección del Dr. en Medicina Santiago Ramón y Cajal" (semanario La Clínica, octubre, 1877).

 

Oposiciones fallidas a cátedras

En 1878, a instancias de su padre, se presentó por vez primera a oposición de cátedras de Anatomía (en esta ocasión de las Facultades de Granada y Zaragoza) obteniendo un voto precisamente del Dr. Martínez y Molina, con razón llamado la perla de San Carlos (en 1902, siendo ya desde hacía diez años catedrático de Madrid, obtuvo, junto con su hermano Pedro, el premio Martínez y Molina). Un año después se anunció a oposición la vacante de Granada, que, a priori, parecía destinada a Félix Aramendía, como así fue, lo que afianzó la amistad, por la común suerte adversa, de don Santiago con don Federico Olóriz, los dos grandes candidatos preteridos por el tribunal.

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Fig. 5.
Insigne Iglesia Parroquial de San Pablo de Zaragoza (dibujo de Pedro Frías).

Entre ambas oposiciones ocurrió un hecho de notable trascendencia que merece exponerse. En 1878, jugando al ajedrez en el jardín del café de la Iberia, tuvo una hemoptisis, de origen tuberculoso, acaso desencadenada por los efectos del paludismo. El padre de Cajal actuó de manera férrea, como era habitual en él, y tras dos meses de cama mandó a Santiago, junto con su hija, Pabla, al balneario de Panticosa y más tarde a San Juan de la Peña. Precioso capítulo el XXVII de Mi infancia y juventud con curiosos pensamientos médicos (cuantas más atrocidades cometía menos grave me encontraba; mi plan curativo consistía en hacer todo lo contrario de lo aconsejado por los médicos; grandes médicos son el sol, el aire, el silencio y el arte).

 

Director de los museos anatómicos de Zaragoza

En marzo de 1879, se nombró a Cajal, en virtud de oposición, director de museos anatómicos de la Facultad de Medicina de Zaragoza que obtuvo por mayoría simple. En Mi infancia y juventud (p.258), Cajal señala que no le votaron los dos profesores zaragozanos del tribunal y que sí lo hicieron tres forasteros. Hay que precisar este hecho en el cual andaba equivocado don Santiago. El tribunal estaba constituido por Francisco Criado y Aguilar, catedrático de Higiene pública (más adelante catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid), Fernández de la Vega y Arpal, catedráticos de Anatomía de Zaragoza (que evidentemente no le votaron; en el caso de Arpal por animadversión con su padre y con él mismo; el primero por ser maestro de Aramendia contrincante de oposición en la segunda que Cajal realizó), Redondo, profesor de Obstetricia y Gimeno compañero suyo de carrera y amigo del alma, de notable prestigio, que fue secretario del tribunal. Votaron a Cajal, Criado, Redondo y Gimeno, estos dos últimos zaragozanos de cuna y ejercicio lo mismo que Arpal, quien no le votó.

 

Matrimonio de don Santiago y doña Silveria en la zaragozana iglesia de San Pablo

Casó Cajal con doña Silveria Fañanás en la Insigne Iglesia Parroquial de San Pablo de Zaragoza, el 19 de julio de 1879; por cierto que Cajal en Mi infancia y juventud, comete un lapsus al señalar que fue a finales de dicho año. La resolución de casarse fue unánimemente comentada de locura por amigos y familiares, por su enfermedad pulmonar y por su preparación de oposiciones.

Por ello la boda se celebró casi en secreto. El único familiar que asistió a la misma fue su hermano Pedro. Fallaron las profecías de sus familiares y amigos; ni muerte, como presagiaba su padre, ni fracaso, como señalaban sus amigos. Los cuidados de su mujer fueron decisivos. Tuvo Cajal dos hijos en Zaragoza (Fe, en 1880; Santiago,1882), tres en Valencia y los dos últimos (Pilar, 1989; Luis, 1991) en Barcelona.

 

Oposición a la cátedra de Valencia, que obtuvo. Traslado a la Atenas española

A finales de 1882 se convocaron las cátedras de Madrid y Valencia. Don Santiago sólo firmó esta última. El 5 diciembre de 1883, nemine discrepante, obtuvo la cátedra de Valencia, a la vez que Olóriz ganó la de Madrid. El escándalo suscitado en la oposición a la cátedra de Granada (1879) dió su fruto en el sentido de que en 1883, la presidencia de ambos tribunales se encomendase al incorruptible Dr. Encinas (aunque por enfermedad de éste para la cátedra de Valencia, la que obtuvo Cajal, fuese sustituido por el Dr. Letamendi). Tomó posesión el 13 de diciembre

En enero de 1884, se trasladó a Valencia, donde fue bien recibido, encontrándose muy a su gusto en la ciudad que él llamó la Atenas española. Volvió a Zaragoza en cortas vacaciones de verano en el año de 1885; recién nacido su hijo Jorge (2 de julio) recibió el encargo de la Diputación Provincial de Zaragoza de investigar el cólera que acababa de penetrar en España. Llevó a cabo cuidadosos trabajos en la Torre de los Canales, en San Juan de Mozarrifar, a 7 kms de la capital. La Diputación en reconocimiento le regaló un espléndido microscopio Zeiss («que me equiparaba técnicamente a los investigadores extranjeros mejor dotados»), publicó su memoria sobre el bacilo Virgula de Koch y extendió un diploma de acción de gracias (17 de septiembre). A partir de entonces Cajal sólo volvió a Zaragoza por motivos familiares. Cuando don Santiago optó por concurso a la cátedra de Histología y Anatomía Patológica de la Facultad de Medicina de Barcelona, estaba también vacante la de Zaragoza. Pero invadió a don Santiago el temor de que en Zaragoza podía ser menos fértil su labor, por razones de familia y amistades. En 1891-92, opositó a la cátedra de Madrid. Para facilitar los ejercicios de la oposición, su padre acogió a su mujer y a sus hijos en Zaragoza. Ya antes, con motivo del famoso viaje de Cajal en 1889, al Congreso alemán de Histología y Anatomía Patológica, la familia quedó también a cargo de sus padres quienes, además, ayudaron económicamente al viaje de don Santiago.

 

Domicilios de don Santiago en Zaragoza

Cuatro domicilios tuvo Santiago Ramón y Cajal en Zaragoza. Cuando llegó de Ayerbe para comenzar los estudios de Medicina, su padre lo colocó de mancebo, en casa de Mariano Bailo, en la calle de Sobrarbe, en el Rabal zaragozano, donde don Mariano gozaba de indudable prestigio como cirujano de segunda. Era compañero de don Justo y oriundo también del Pirineo, como proclamaba su apellido. Don Mariano cuidó del muchacho Santiago Ramón y Cajal como si fuera de la familia. Vigiló sus horas de estudio. Cuando la familia vino a Zaragoza, una vez que don Justo fue nombrado, casi al propio tiempo, cirujano del Hospital Provincial y profesor de Osteología y Disección en la Facultad de Medicina, Santiago pasó a vivir con sus padres. Con éstos tuvo como domicilios la calle Méndez Núñez, 13 (todavía llamada popularmente, entonces, calle de las Botigas Ondas, sic, sin hache) y San Jorge, 32. De recién casado vivió en la calle del Hospital, que, desde 1901, lleva su nombre.

 

El aragonesismo de Ramón y Cajal

La personalidad de Cajal está animada sustancialmente por elementos caracterológicos y temperamentales de neta estirpe aragonesa, no sólo zaragozana. Don Santiago fue aragonés por raigambre y por virtudes intelectuales y morales. Y pronto un apasionado de «la tierra desnuda y luminosa del riguroso Aragón que le vio nacer», como señaló Gregorio Marañón.

Los azares de la profesión - escribe don Santiago- llevaron a mi padre, Justo Ramón Casasús, aragonés de raza y de carácter y modesto cirujano por entonces a la insignificante aldea en donde ví la primera luz y en la cual transcurrieron los dos primeros años de mi vida. En ediciones posteriores de Mi infancia y juventud, Cajal sustituyó «aragonés de raza y de carácter» por «aragonés de pura cepa», con lo que acentúa, si cabe, el orgullo de su condición y su raigambre. Ramón y Cajal, enfrentado a su padre en numerosas ocasiones, nunca dejó de proclamar su profunda admiración por el autor de sus días. No puedo quejarme de la herencia biológica paterna. Mi progenitor disponía de mentalidad vigorosa, donde culminaban las más excelentes cualidades. Con su sangre me legó prendas morales a las que debo todo lo que soy: la religión de la voluntad soberana, fe en el trabajo, convicción en el esfuerzo, hermosa ambición en ser algo, no reparar en sacrificios, no torcer la trayectoria por causas segundas. Empero faltóme la más valiosa quizá, su extraordinaria memoria.

Aragonés medular, don Santiago rememora con fruición los primeros años de su vida en el delicioso libro «Mi infancia y juventud», que Ramón Pérez de Ayala conceptuaba a la altura de las mejores obras de la picaresca por lenguaje, amenidad, humanidad y gracejo. En su niñez, Larrés, Luna, Valpalmas, Gurrea, Ayerbe, sobre todo Ayerbe, son escenario de sus travesuras y de su talento; en su adolescencia y juventud, Jaca, Huesca, Zaragoza son lugares de andanzas y aventuras que Cajal recuerda en párrafos plenos de afecto. Su hermano don Pedro describe incluso su gusto por la jota: Cantaba la jota en el portal de la tienda de Pedrín, el zapatero, con aquella voz desentonada y algo ancestral con que la naturaleza ha favorecido a mi familia.

 

Algunas muestras de la devoción de Cajal por Aragón

Mi infancia y juventud es, entre otras cosas, un canto a Aragón. Larrés, Valpalmas, Luna, Ayerbe, Jaca, San Juan de la Peña, Huesca, Zaragoza aparecen contempladas con profundo cariño por don Santiago en éste y en otros escritos. En el discurso de contestación al ingreso de Jorge Francisco Tello en la Real Academia Nacional de Medicina, Alhama y el Jalón, Marcial y el conde de Aranda son elogiados. Cita varias veces en su obra literaria a sus amigos aragoneses contertulios en Valencia, Barcelona y Madrid.

Entre sus afectos no podían faltar Paraíso, Costa, Polo Peyrolón, Mariano Bailo y Mariano de Cavia, maestro del bien decir y del patriótico pensar. Repetidas veces aparecen en los escritos de Cajal sus admirados Marcial, Alfonso V, Fernando II, Servet, Gracián, los Argensola, Zurita, Mor de Fuentes, Molinos, Azara, Goya.

 

Virtudes morales aragonesas en don Santiago

No hubiesen bastado para mí sus afirmaciones de amor por Aragón y su estirpe si no apreciásemos en su vida y en su obra acendradas virtudes, intelectuales y morales, paradigma de aragonesismo. Acaso, en primer lugar, lo que es virtud tópica primera entre las cajalianas, la tenacidad; todos recuerdan su frase puestos a tenacidad, a los aragoneses que nos echen alemanes; su libro Recuerdos de mi vida es una apología constante de la voluntad indomable resuelta a triunfar a toda costa basada en la perseverancia, una voluntad tenaz, exenta de ondulaciones y desmayos como proclamaba su hermano don Pedro. La fe en el trabajo y la convicción en el esfuerzo, heredadas de su padre, son también arquetípicas en el maestro. La reciedumbre de carácter de Cajal es la suma de varios aspectos: redoble de la energía ante la adversidad, ganando todas las batallas al desaliento; la pasión por todo, que tiene mucho de virtud intelectual, pero con el soporte moral que la anima y sostiene; la fidelidad a las ideas y a la amistad. Todo ello conducente a la seguridad en sí mismo, cardinal entre las virtudes aragonesas, como el afán didáctico y moralizante de toda su obra por el mensaje que encierra; Cajal quería, por encima de todo, que su obra y los elogios y galardones que mereció en el mundo fuesen ofrenda a su menospreciado país, sirvieran de ejemplo para españoles. El patriotismo, del que tantas y tan radicales muestras dió a lo largo de su vida, fue uno de los motores de su obra; éste y el repudio de los separatismos son aspectos que no pueden olvidarse de su temperamento aragonés. Su gusto por la esencia, fundamental en la personalidad aragonesa, se condensa en don Santiago en la búsqueda de la eficacia y en desdén de la alharaca, lo que completa esta provisoria visión mía del profundo aragonesismo de Cajal.

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Fig. 6.
Pedro Ramón y Cajal (dibujo de Guillermo Pérez Bailo).

 

Notas intelectuales aragonesas en Santiago Ramón y Cajal

Tan específicamente aragonesas como estas virtudes morales son las notas intelectuales de su personalidad que podemos condensar en estas cardinales: solidez de pensamiento, construyendo el edificio intelectual desde abajo; la primera edición de su famoso libro Reglas y consejos sobre investigación científica se llamó precisamente Fundamentos racionales y condiciones técnicas de la investigación biológica (1897). En Cajal primaba el convencimiento de que sin adecuada técnica al servicio de una idea no hay descubrimientos y sin éstos no puede elaborarse la doctrina que se persigue; don Santiago hizo de la técnica un culto y sólo Dios sabe cuántas horas empleó hasta encontrar su método del nitrato de plata reducido que mejoraba el de Camilo Golgi; cuenta Galo Leoz la anécdota del estudiante que en clase hacía volar una mosca con un papel de fumar pegado a sus alas que, por mala técnica, siempre se desprendía; el maestro le llamó la atención diciéndole «A mí nunca se me caía». Su vigoroso pensamiento, unido a su poderoso ingenio, le sugirió un método para el estudio de estructuras muy complejas, que consistía en investigar cualquier problema en animales inferiores de menor complejidad organizativa; dicho sea con terminología cajaliana, investigar en el vivero es más fácil que en el bosque.

La independencia de juicio es una de las cuestiones que más preocupaban a Cajal y que menciona frecuentemente en sus escritos. Rasgo dominante de los investigadores eminentes es la altiva independencia de criterio, escribe en Reglas y consejos. Recomendaba a sus alumnos no ser lectores de un solo libro. Bien lo había tenido a gala el rebelde estudiante de medicina de Zaragoza que llegó a discutir en clase, incluso, con el venerable Genaro Casas, el padre de la medicina aragonesa y amigo del suyo. Su teoría neuronal fue claro ejemplo de su independencia de juicio. Fustigó a los que, por comodidad, se adaptan mejor al error que a la verdad austera y difícil. Con independencia de juicio se puede alcanzar originalidad de pensamiento. El recio sentido crítico, en relación directa con la independencia de juicio, fue consustancial con la personalidad de Cajal y ya lo ejerció de estudiante. La construcción de la teoría neuronal arranca de dicho espíritu crítico de Cajal al señalar en su fuero interno que algo no marchaba bien en la teoría de Virchow.

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Fig. 7.
Genaro Casas.

La tercera nota esencial de las virtudes intelectuales de don Santiago es la capacidad constructiva para los esquemas doctrinales. La obra científica de Cajal no es – como tantas veces ocurre- el conjunto de hallazgos aislados, quizá importantísimos, pero brotados, como el azar, en la búsqueda de la verdad, sino armoniosa consecuencia de una concepción servida por un método y una técnica impecables, a su vez, en rigurosa coherencia con el esquema preconcebido. Para Henri Bergson los hallazgos de Cajal no fueron más que comprobaciones objetivas de hechos que su cerebro había previsto como verdaderas realidades.

La cuarta nota intelectual aragonesa de la personalidad de Cajal fue su curiosidad indefinida y abarcadora que no impidió la dedicación profunda y monográfica a los temas que fueron el centro de su obra histológica; el Ebro, sus meandros y riberas no tenían secretos para él; su dedicación juvenil al dibujo y a la pintura, bien conocida; la fotografía, incluida la fabricación de placas; la literatura, que arranca de su adolescencia cuando devoraba libros en el desván del confitero de Ayerbe; el hipnotismo que cultivó con éxito en sus años valencianos; su afición renovada por la filosofía, ya en Madrid.

Todo le ayudó en el trabajo docente e investigador; por ejemplo, ¿habría descubierto el proceder del nitrato de plata reducido sin su profunda dedicación anterior a la fotografía?.

 

Otras notas aragonesas en Cajal

Uno de tantos tópicos que sobre nuestra región existen consiste en destacar la importante contribución de Aragón al Derecho, lo que es cierto, pero tanto como ello, al menos, hay que señalar la excepcional aportación de los matemáticos en todo tiempo, de los filólogos en el presente siglo y de los naturalistas aragoneses, en particular de los botánicos (Lagasca, Loscos, Pedro Sastrón, Pardo Bartolini, Zapater y tantos otros); también, dentro de las ciencias biológicas, Felix de Azara, Odón de Buen, Fernández de Luna. En estas líneas hay que incluir la obra de los histólogos aragoneses, con Cajal a la cabeza, su hermano Pedro, Jorge Francisco Tello, Jorge Ramón Fañanas, Galo Leoz, Pedro Ramón Vinós, Rafael Lorente de Nó, Isaac Costero, Ramón Martínez, Julián Sanz Ibáñez, Alfredo Carrato, entre los ya fallecidos. La obra de Cajal es obra de naturalista, obra de observación directa de los hechos, y de su descripción. Los hechos –como señalaba Marañón- «cuando se han visto y descrito exactamente se incorporan a la eternidad de lo creado».

La concisión de su estilo literario y la justa adecuación de la palabra a la idea son elementos muy destacados de la personalidad cajaliana. Cuando Cajal tomó posesión de su cátedra de Valencia había la expectación propia de la época al llegar un nuevo catedrático. Dos cosas llamaron la atención en sus primeras lecciones: el que prescindiera de la oratoria florida al uso, limitándose a la precisa descripción de los hechos, y su hermosa voz de «cantante de jota», según comentaban sus alumnos.

Sus pasiones literarias fueron Cervantes y Gracián; treinta y una veces, al menos, cita Cajal a éste en sus obras literarias y no deja de mencionar dos conocidas máximas del jesuita bilbilitano: Lo bueno si breve dos veces bueno y Háse de hablar como en testamento, que a menos palabras menos pleitos. Este afán de brevedad, este deseo de concisión suele estar profundamente arraigado en el espíritu del intelectual aragonés.

 

Distinciones zaragozanas a Santiago Ramón y Cajal

Seis años antes del Nobel, en agosto de 1.900, se otorgó a Cajal, en el Congreso de París, el premio Moscú, lo que tuvo notable repercusión en España, particularmente en Madrid y Zaragoza. Las instituciones españolas y aragonesas reaccionaron pronto a esta distinción; la Diputación Provincial de Zaragoza, que ya le había distinguido en 1885 (véase antes), le concedió el título Hijo Ilustre y Predilecto de la Provincia. El primer acuerdo municipal del siglo XX del Ayuntamiento de Zaragoza, 4 de enero de 1901, consistió en dar el nombre de Santiago Ramón y Cajal a la referida calle del Hospital (que hasta 1863, se había llamado indistintamente calle de la Victoria, por el convento de frailes menores allí existente y también de la Campana), vía que discurría, todavía lo hace hoy, desde la calle de Boggiero o Castellana hasta la antigua Escuela de Veterinaria (hoy avenida de César Augusto), precisamente en la que él vivió de recién casado y por la cual caminó todos los días a su trabajo en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia. El Ateneo de Zaragoza lo nombrará, cuando el siglo alboreaba, miembro de honor y de mérito; el Ateneo de Zaragoza, enemigo de inflaciones, ha nombrado a lo largo de sus 140 años de historia, muy pocos miembros de honor y de mérito: Francisco Cantín y Gamboa (expresidente del Ateneo, exalcalde de Zaragoza y fundador de La Caridad, entidad benéfica de honda raigambre en la ciudad), la Duquesa de Villahermosa (con motivo del III centenario del Quijote), Manuel Alvar (doctor honoris causa por 25 universidades), Luis Horno (expresidente, la mejor pluma de Aragón durante medio siglo) y pocos más. En 1984, 1991, 2002, la misma centenaria entidad le ha ofrecido otros homenajes e instituyó la llamada Ruta Cajal que recorre, a modo de peregrinación civil, los lugares de la infancia y juventud del mayor prestigio científico de la raza.

La Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País le nombró, el 9 de noviembre de 1906, socio de mérito. El mismo año, Cajal recibió la Medalla de Oro de los estudiantes de Zaragoza, hecho que le conmovió especialmente y razón principal de que don Santiago instituyese un premio en su testamento para su concesión anual para el estudiante más destacado, destinando para ello 25.000 pesetas, cuyos intereses permitieron sufragarlo durante casi setenta años. En sus repetidos discursos de reconocimiento, en agasajos zaragozanos, por ejemplo la inauguración de la muy hermosa estatua de Mariano Benlliure en la escalera principal de la Casa de Medicina y Ciencias de Zaragoza, don Santiago nunca dejó de proclamar su reconocimiento a estas entidades.

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Fig. 8.
Escalera noble de las Facultades de Medicina y Ciencias con la hermosa estatua de Mariano Benillure.

En 1923, Mariano Benlliure cinceló hermosa estatua sedente de Cajal, que se implantó en el rellano de la escalera principal del hermoso edificio que para Facultades de Medicina y Ciencias de Zaragoza construyó el grandísimo arquitecto Ricardo Magdalena. La estatua, dando frente al que sube, avalora el conjunto monumental de la escalera. Quedó definitivamente inaugurada en 1925. Don Santiago no pudo asistir al acto; le representó su hermano Pedro quien leyó unas cuartillas del maestro en las que proclamaba una vez más (¡Qué las cosas selectas no cansa repetirlas hasta siete veces!, había escrito su admirado Gracián) su reconocimiento a estas entidades.

No hay pueblo o ciudad aragonesa que no tenga hoy calle o plaza dedicada a Cajal, lo mismo que 46 capitales españolas de provincia. Huesca le recuerda (y asímismo otras localidades) con el Instituto de Enseñanza Media, del que Cajal fue alumno. Ayerbe con un museo a su nombre con el poco afortunado nombre de Centro de Interpretación. Zaragoza, con un importante centro sanitario contiguo a los terrenos en que enseñó anatomía hasta finales de 1883. También con un centro escolar, situado hoy en la glorieta Aznárez, transformado ya en Instituto de Enseñanza Media. Y todo muy cerca de la antigua calle del Hospital, hoy de su nombre, donde viviera de recién casado.

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Fig. 9.
Cabeza de la estatua sedente de Cajal.

 

Lo que el Ayuntamiento de Zaragoza debe hacer hoy

En más de una ocasión hemos recordado al Excmo. Ayuntamiento de la Bimilenaria Ciudad la conveniencia de dedicar dos calles vecinas de la actual de Ramón y Cajal, a su padre, Don Justo, y a su hermano Don Pedro. Ambos lo merecen; los dos fueron espléndidos médicos en la ciudad (un tercio de siglo, su padre; sesenta años, su hermano). El segundo tuvo categoría científica de primera línea europea como histólogo, siendo también notable ginecólogo y sobresaliente tratadista de patología regional. En algún artículo en Heraldo de Aragón nos hemos atrevido a sugerir qué calles de las cercanías (con denominaciones actuales de escasa significación) podrían cambiar su nombre al de Justo Ramón Casasús y Pedro Ramón y Cajal. Pero, además, el Ayuntamiento de Zaragoza hará bien en mandar colocar placas en las diferentes casas donde vivió don Santiago en la ciudad. Elena Rivas, estupenda archivera del Ayuntamiento de Zaragoza, puede dar notas precisas acerca de ello. La de Méndez Núñez 13, restaurada en 2002, y la de San Jorge 32, con nuevo edificio desde hace sesenta años, podrían acoger estas placas. Con mayor motivo, la casa donde vivió, de recién casado, en la actual calle de su nombre. Desconocemos con exactitud (acaso el censo de 1870 nos lo pueda indicar) el domicilio de don Mariano Bailo en el Rabal, donde vivió, como mancebo, el joven Santiago, cuando llegó a Zaragoza, en 1869.

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Fig. 10.
El maestro, dibujo de Guillermo Pérez Bailo.

Corresponde al señor párroco de San Pablo solicitar que en la fachada principal de la Iglesia se disponga placa que recuerde a todos que allí tuvo lugar el matrimonio del Nobel. Acaso haga falta, por tratarse de monumento nacional, solicitar permiso; mientras éste llega, dicha placa podría situarse en el atrio de la Iglesia

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En el cap. 58 del Quijote, Santo pregunta a su señor la causa por la que dicen ¡Santiago, y cierra, España! ¿Está, por ventura, abierta y de qué modo es menester cerrarla o qué ceremonia es ésta? Responde el caballero: Simplicísimo eres, Sancho; y mira que este gran caballero de la cruz bermeja háselo dado Dios a España por patrón y amparo suyo y así le invocan como a defensor en todas las batallas que acometen..

Si hoy viviera Don Alonso Quijano, a buen seguro, que exclamaría o añadiría para especificas cuestiones de guerra contra la incultura o de lucha científica entre países: Simplicísimo eres, Sancho; mira que este caballero de mirada profunda, de independencia de juicio, de fe en el esfuerzo, de recia tenacidad, de indomable energía, de radical patriotismo, háselo dado Dios a Aragón y a España como soldado primero de la ciencia y como bandera y símbolo en la lucha por el avance científico (o tecnológico, que dirían los cursiparlantes de hoy), que hace muy ricos a los paises vencedores, como en siglos pasados los hacía la lanza en ristre y la adarga bien manejada. Y añadiría Y no podemos quejarnos, Sancho, de la insuficiencia de nuestras armas, pues verás, amigo, como escribió Baltasar Gracián, ese muchacho nacido en 1601, en tierras de Calatayud, por las que pasamos cuando íbamos camino de Pedrola a visitar a los Duques de Villahermosa, que no hay arma corta, pues basta con que el caballero dé un paso adelante para que se compense la cortedad del arma.